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Un viento calido desorejado
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 Article publié le 26 octobre 2015.

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En Sanchonuño, localidad en la provincia de Segovia, me enseñaron esto de "Al buen callar llaman Sancho, con lo que Sancho sana, Domingo adolece". Y es que fuimos tres amigos, Sancho, Domingo y yo, a quien nuestros padres llevaron al Seminario Conciliar de Segovia, a estudiar latines y vivir la buena vida de dios.
 Allí, recuerdo que nos hacíamos pajas con el retrato de una princesa, Sissi Emperatriz, encarnada en Romy Schneider, que llevaba nuestra pasión hasta el límite de los jardines del palacio real de Godollo, en Hungría, con el cielo del amado pecado. También, nos ponía el pene en levitación los desposorios de santa Catalina.
 Ante el espejo de la Fe, nuestro retrato era de hombres hermosos y erectos. ¡Buena carnaza para el padre espiritual¡
 Recuerdo que este nuestro padre espiritual, Sandalino se llamaba, que era como un emparedado de jamón u otras cosas, un día nos trajo una sandalia, que él dijo ser copia de la Sandalia episcopal perteneciente al obispo de Mondoñedo, siglo XII, y comenzamos a soñar con que algún día sería nuestra y la llenaríamos de esperma, asegurando con sus correas hasta la garganta de los huevos.
 Ese día no llegó, pero, para nosotros, la estancia en el Seminario fue de lo más simple, tonto y estúpido que parió madre. Mientras los padres nos enseñaban embustes y patrañas, tonterías y estupideces relativas a la Religión, nosotros producíamos esa leche del pecado de lujuria que usábamos en la confección de los barnices de la oración. Nos corríamos como místicos con algunas estampas de Guido Reni, como por ejemplo La Magdalena y Lucrecia dándose la muerte, con las que moríamos al besarlas eyaculando.
 "Padre, la fe ya no llama", le dijimos al padre superior y salimos del Seminario, como siempre, erectos. Ante la puerta, antes de despedirnos nos miramos sin disimulo, aunque dirigimos la vista oblicuamente hasta nuestro enfado, el pene tieso. Reímos.
 Sancho se quedó en Segovia, Domingo se fue a Madrid, y yo a Burgos. Nos comprometimos a que nuestro vástago se renovase a diario, y a que intentaríamos alcanzar los logros y la usura que conforman el ser de los humanos.
 Cuando puse pie en Burgos, un viento cálido desorejado fríamente me acarició. La ciudad padecía quebradura o hernia en su paseo platanero del Espolón. Un aura tiñosa cubría las agujas de la catedral.
 Las palomas zureaban, hacían arrullos en la Plaza Mayor.
 Vi pasear a unos viandantes, no sé si turistas, que hablaban a lo tonto : "¡que cuán sabia es la Naturaleza¡ Que ¿qué me dices ? ; habla que te escucho ; más vale sudar que no estornudar ; apretemos el paso."
 Zoquetes de un colegio de Páramo, localidad de Burgos, torpes, ignorantes, duros de mollera, no hacían ni puto caso de las descripciones que hacían los profesores acerca del Ayuntamiento y la Diputación.
 Ellos se habían acercado a un señor mayor que hablaba en voz alta junto al Templete de la Música. Decía que los políticos todos son zorrochocos, sujetos taimados y astutos, a la caza de un gobierno zorrero hecho a la caza de zorras, arropados por guardianes perrunos y puteros hechos a la caza, también, de putas.
 También, que el presidente zumbón, cagón y pedorrero lleva el cencerro de mayor tamaño y sonido que los de su recua. Y que Zutano, Fulano y Mengano, sujetos viles y despreciables, llenan su zurrón con dineros robados a Erario.
 Al sonido de un pito, que provenía del Arco de Santamaría, los chicos salieron corriendo como una hijuela del río Arlanzón. Era la hora de comer en unrestaurante situado junto a la Catedral ; no sin antes hacer visita obligada al santo Cristo de los Huevos, y a ese Papamoscas, cual pájaro burlón.
 Yo vi a una chica algo andrajosa que llevaba los pantalones rotos, tocando una flauta, con un perro, y el pelo como una corona de lombrices de tierra, que llaman "rastas". A sus pies había una piel de carnero o cabra, y un costal parecido al que llevaban los carros para transportar vino, grano o paja.
 Me acerqué a ella. Cara a cara, a rostro firme. En mi mente "la paja conciliar". Ella no manifestaba enfado, ni enojo o pesadumbre. Resueltamente, sin empacho, le dije :

- Nunca falta un roto para un descosido, bella.
 Ella me respondió :

- Otro día.

 

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