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La gran prueba en bici
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 Article publié le 7 avril 2024.

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 Por fin llegamos al lunes y a las siete de la mañana apareció el Cabecitas, uno de los Agrónomos del Internado, con dos bicicletas : la propia y una medio destartalada, que le prestó su primo.

---Disculpen, maestros, sólo conseguí ésta para su chamaco ---dijo---, aunque yo lo puedo guiar en la ida a San Juan, hasta la escuela ; pero él tendrá que regresar solo.

---¿Qué dices, Jorgito ?

---Me parece perfecto. ¿Qué más puedo decir si José –sin apodo--- nos está sacando del apuro, al conseguir mi transporte y además va a ser mi guía. Gracias a todos por ayudarme, espero no decepcionarlos.

---Pues vámonos, el tiempo apremia ---dijo mi guía.

Mi mami, al besarme en la frente y santiguarme, me recordó a Mamita, mi abuela, por su estilo de bendición.

---Si te cansas, me avisas, pa’tomar un respiro. Total tenemos tiempo.

---Yo le aviso.

Pese a que la mañana estaba fresca, a los pocos minutos comencé a sudar, pensando en que era por mi especial esfuerzo con cada pedalazo y ya con mi cuerpo caliente, todos mis movimientos fueron menos tensos. Por los vericuetos que fuimos haciendo al avanzar, me percaté de que íbamos tomando atajos que un coche no puede utilizar. Cuando cruzamos por un costado de San Pedro Aguacatlán y salimos a la recta de dos kilómetros, rodeada de magueyales, que de manera perpendicular, nos llevaría a la asfaltada carretera a Tequisquiapan.

Al abordarla giramos a la derecha hacia San Juan del Río. Los cuatro kilómetros y medio los cubrimos fácilmente y el cambio del asfalto a empedrado, me indicó que estábamos en la ciudad. Siguiendo a José cruzamos a la izquierda y por calles angostas llegamos a la carretera y calle principal, que nos condujo a la Secundaria. Agradecí al Cabecitas y al bajarme de mi nave ( por poco azoto al falsearme la pierna por el esfuerzo). Me recompuse y entré al salón, poniendo la bici en un cuartito del fondo.

Las clases me parecieron maravillosas, con maestros ejerciendo su carrera con amor, me olvidé del cansancio y de lo que me esperaba al regreso.

Al término apareció mi verdadero problema : la llanta delantera estaba ponchada.

---No te preocupes, ---exclamó mi compañero Bautista del Rayo---. Te voy a llevar al taller de bicicletas de mi papá, y la arreglaremos.

Le tomé la palabra y caminamos, yo remolcando mi dos patas. Mi ocurrencia nos provocó risa.

En el taller me presentó con su papá, explicándole mi condición de estudiante bicicletero que iría diariamente de La Llave a San Juan del Río, montando su caballo de dos llantas. Tanto le agradó mi historia que no quiso cobrar la reparación conminándome acudir con él si tuviera algún percance. Le di las gracias y siguiendo sus instrucciones llegué a la salida a Tequisquiapan. Mi reloj marcaba un cuarto para las tres, detalle que me alegró porque no había perdido mucho tiempo.

Enfilé mi nave y a buen paso fui avanzando hacia mi destino. No sentía cansancio, pues mi primordial interés era llegar a casa y borrar la idea de que algo malo pasaba por el retraso. Quizá ese pensamiento me instó a ir más rápido, que sin darme cuenta llegué al Internado. Mi madre dio gracias a Dios, al verme sano y salvo y mucho más cuando le conté de mis peripecias y cómo las fui solucionando.

Mi comida fueron moros con cristianos que devoré con frugalidad

Por la tarde don Nef nos contó algo maravilloso : el Agrónomo Guadalupe Herrera nos vendió su bicicleta Raleigh inglesa que el antiguo Director la trajo de la zona libre de Quintana Roo. Lo único que el Maestro Lupe deseaba era que yo la quisiera como propia y él me llevaría para empezar mi vida bicicletera, en la parrilla al otro día a San Juan, dónde me la entregaría formalmente. No dormí tranquilo en espera de la entrega.

A las siete y media llegó con la Raleigh verde obscuro, de doble cuadro, con manubrio elevado, portacadena y portabulto. Aunque era toda una maravilla de rodada 28, valía la pena el sacrificio.

Guadalupe, muy parecido a Lupe, el vocalista del grupo Bronco, en estatura, color y complexión montó a nuestra nave y yo pude acomodarme en la parrilla. De momento pensé que sería un viaje lento y aburrido y en los primeros metros me percaté de que con la facilidad del mundo alcanzamos más de 30 kilómetros por hora. Parecía que yo no contaba como un peso extra. Me explicó que con su metro 80 y tantos de estatura, no le costaba ningún trabajo llevarme, pues era como un peso pluma. Mover más de 30 kilos era juguete comparado con los compañeros que de repente solía transportar. La inercia trabajaba perfectamente con carga doble. El chiste era el arranque para alcanzar la velocidad deseada. En un poco más de 15 minutos me dejó la bicicleta frente a la Farmacia Regina, donde tomé las riendas de mi bello corcel y me dirigí por la bajada hacia la escuela. Entré orgulloso remolcando mi adquisición y la metí al fondo de mi salón, aprovechando que no había nadie.

 

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